Una de las unidades abordadas en el curso de Cuarto año es Romanticismo. Allí trabajamos "La rosa de pasión" de Gustavo Adolfo Bécquer.
Una vez estudiadas las características del Movimiento y de haberlas reconocido en la leyenda, propusimos a nuestros alumnos la creación de una "historia romántica" elaborada en equipos de dos alumnos.
Compartimos "Los jueves" de Sasha Gordienko y Belén Inzaurralde (4° año A. Instituto Arnold Gesell. 2016)
Este cuento fue publicado en Curiosidad, revista surgida en el Taller de Periodismo creativo a cargo de Fernanda Muslera en la mencionada institución.
LOS
JUEVES
El
27 de Setiembre de aquel año, era un día como cualquier otro.
Mientras Amanda estaba terminando con los quehaceres de la casa, algo
apurada, sintió el resonante golpeteo de la puerta. En ese instante
su cuerpo se paralizó y casi sin poder moverse, fue a abrir. Era
ella.
Su
mirada penetrante se clavó en Amanda como un millón de flechas. Con
su cara arrugada y de desprecio se dirigió a ella con un hola tan
filoso como sus uñas encarnadas.
Breta
era la madrastra más odiosa que alguien pudiera tener, tan
demandante con las tareas de la casa, que ni la misma perfección le
era suficiente.
Luego
de que acomodó las compras en la cocina, reviso sigilosamente que
todo estuviera hecho y en su lugar. Pero como era de esperarse,
encontró que la alfombra del perro estaba sin lavar. Su enojo era
tan notorio, que no tuvo tiempo de decirle nada al respecto, ya que
inmediatamente Amanda salió corriendo con lágrimas en los ojos. Tal
era el miedo que le tenía a su madrastra que con solo una mirada la
podía hacer llorar.
Cuando
salió de la casa, tomó por la calle principal rumbo a la plaza.
Aquel lugar le daba mucha paz y tranquilidad. Si bien la plaza no era
la más linda del pueblo, ya que estaba llena de construcciones
viejas que no estaban en buen estado, para ella era un lugar único.
Ya casi sin fuerzas, deseando llegar, el cuerpo de Amanda se chocó
contra aquellos arrumbrados y fríos hierros de una bicicleta. Pero
justo antes de que callera al suelo, dos corpulentos y esculpidos
brazos la sostuvieron. Era Juan, el diariero del barrio.
Cruzaron
miradas por un instante, que para ellos pareció durar una eternidad.
Los ojos verdes de Juan dejaron completamente hipnotizada a la joven,
y su sonrisa torcida la cautivó. Definitivamente era el chico más
bonito que ella había visto hasta entonces.
Cuando
logró incorporarse, se disculpó por lo torpe que había sido. Y él,
tras responder, le preguntó su nombre. Tartamudeando apenas le pudo
decir “Amanda”, y sin decir nada más, siguió caminando.
Fue
entonces cuando recordó que como había estado llorando, su cara no
era la mejor. El hecho de haberse encontrado con Juan, había
alegrado su día. Fue tan grande la distracción que por un momento
olvidó lo sucedido con su madrastra.
Cuando
por fin llegó a destino, aquel destino que había marcado la vida de
su madre, ya que un maldito conductor la había atropellado allí
hace un par de años, se echó al suelo a llorar de nuevo. Y lloró
por todo, por su madre, por la madrastra que le tocó, por lo que
había pasado y por lo que le esperaba.
Amanda
siempre se preguntó qué sería de su vida si aquel accidente no
hubiera pasado. Seguro todo sería distinto.
Ella
necesitaba muchísimo a su madre. Su padre pasaba viajando por
trabajo, por lo que casi siempre estaba sola o con su despreciable
madrastra, que tan mal la trataba.
De
vez en cuando se ponía a pensar en esas cosas, aunque creía sin
dudas que el futuro de cada uno ya estaba escrito, por lo tanto las
muertes eran inevitables.
Luego
de quedarse un rato reflexionando, decidió volver a su casa para
evitar más problemas de los que ya tenía.
Al
momento de entrar, Breta ni le dirigió la mirada. Para su sorpresa,
no hizo comentarios de lo sucedido.
Al
día siguiente, comenzando de nuevo con su rutina diaria, la joven
intentó salir para tirar la basura, pero se encontró con que la
puerta estaba trancada, y que la llave no estaba. Era evidente que
ese era su castigo.
Se
dirigió hacia la cocina y sobre la mesa vió una nota que decía lo
siguiente: “Te quedarás encerrada por una semana debido a tu mal
comportamiento. Espero que reflexiones sobre tus actos.”
El
odio que sentía hacia esa mujer aumentaba cada vez más. Se
encargaba de hacerle la vida imposible, y era momento de que la
situación se invirtiera.
Lo
que Breta más odiaba en el mundo, era que la desobedecieran.
Entonces eso fue lo que Amanda hizo.
Dejó
todo como estaba, tomó una mochila, guardó lo esencial y saltó por
la ventana. No fue difícil realizar aquel salto, pero la caída le
resultó un poco dolorosa. En ese momento se vió obligada a decidir
su paradero. No sabía a qué lugar ir ya que su madrastra se podría
enterar. Por lo que se dirigió hasta la plaza que tanto le gustaba
para idear un plan.
Para
su suerte, en el camino se encontró nuevamente con Juan, pero ésta
vez sin su bicicleta. Cuando él la vio su rostro cambió por
completo. Le sonrió y la saludo muy amablemente, y luego comenzaron
a hablar. Todo había quedado muy confuso desde la última vez que se
habían visto. Ambos tenían claro que algo pasaba entre ellos.
Amanda
le contó que se había escapado de su casa y él enseguida le
ofreció hospedaje, pero ella no aceptó. Apenas lo conocía y era
entendible que lo dijera por cortesía. Luego le propuso encontrarse
en la plaza que quedaba cerca al día siguiente, el Jueves, a las
cinco de la tarde. Ya que los Jueves tenía día libre y no
trabajaba. Aquella misma plaza que era tan especial y que tantos
recuerdos le traía a Amanda. Evitando hacer comentarios al respecto,
ella asintió levemente con la cabeza. Él siguió su camino, y ella
el suyo.
Recordó
sus prioridades: encontrar cuanto antes un lugar donde pasar la
noche.
Luego
de pensar por un largo rato, se acordó que cerca de la plaza vivía
una vieja amiga de su infancia, en un departamento. Se había mudado
hace poco, ya que estaba en Alemania y tuvo que regresar por la
situación posguerra que estaba viviendo el país. Era un buen lugar
para reorganizarse.
Se
dirigió hasta su departamento y su amiga la recibió sin ningún
problema.
Al
día siguiente se despertó algo alterada por la situación en sí
que estaba viviendo. Escaparse y esconderse no era muy divertido.
Pero por suerte tenía a alguien que la ayudaba.
A
la tarde, fue a la plaza a encontrarse con Juan, como habían
arreglado. Al principio todo era un tanto incómodo, eran dos
desconocidos pero ambos sentían algo. Pasaron toda la tarde
hablando, resultó ser que eran muy parecidos, tenían los mismos
gustos en casi todo.
Pasaron
las horas y oscureció. Se despidieron bajo la luna, que esa noche
brillaba más de lo normal, y se fueron, deseando que sea Jueves de
nuevo, para volver a verse.
Cuando
Amanda volvió al departamento, se encontró con Breta. La situación
era muy tensa. Amanda creía que había ido hasta allí para llevarla
de nuevo a su casa, pero se equivocaba. Breta había ido hasta allí
para comunicarle justamente que no volviera. Había tomado esa
decisión por ella y por su padre, ya que el mismo estaba de viaje.
Simplemente le dijo que ya que había sido tan valiente de escaparse,
ahora tendría que hacerse cargo de sí misma. Y se marchó.
A
Amanda no le molestó en absoluto la medida que tomó su madrastra,
aunque iba a tener que ver cómo mantenerse.
Pasaban
los días y Amanda seguía haciendo la rutina de limpieza, que ya
tenía incorporada, en el pequeño departamento de su amiga, para por
lo menos ayudarla en algo.
Cuando
por fin llegó el Jueves, Amanda y Juan se volvieron a encontrar. Ya
no se sentían incómodos, por el contrario, habían generado una
confianza inexplicablemente hermosa. Podían hablar de sus problemas,
de sus miedos, de lo que quisieran.
Y
así pasaron las semanas. Cada Jueves se veían. Ya tenían claro que
lo que sentían era amor. Y comenzaron una especie de noviazgo.
Siguieron
así hasta cierto día en el que la amiga de Amanda, le informó que
ya no podía quedarse en el departamento. No era porque no la
quisiera hospedar, sino que no tenía los medios para mantener a
ambas. Y la echó.
Amanda
estaba devastada, ya no tenía el apoyo de nadie, excepto el de Juan.
Llorando se llevó sus cosas y se fue corriendo hacia la plaza, con
la lluvia cayendo sobre sus hombros.
Entre
sus las lágrimas que hacían borrosa su vista, la frustración que
sentía, y la lluvia, no fue capaz de ver que frente a ella venía a
toda velocidad un auto, que se la llevó puesta, quitándole así la
vida. Justo como había sucedido con su madre.
Todos
los Jueves se ve a Juan esperando junto a su bicicleta en la plaza, a
su amada Amanda, que nunca llegó.
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