Uno es el hombre.
Uno no sabe nada de esas cosas que los poetas, los ciegos, las rameras, llaman "misterio", temen y lamentan. Uno nació desnudo, sucio, en la humedad directa, y no bebió metáforas de leche, y no vivió sino en la tierra (la tierra que es la tierra y es el cielo como la rosa, rosa pero piedra). Uno apenas es una cosa cierta que se deja vivir, morir apenas, y olvida cada instante, de tal modo que cada instante nuevo, lo sorprenda. Uno es algo que vive algo que busca pero encuentra, algo como hombre o como Dios o yerba que en el duro saber lo de este mundo halla el milagro en actitud primera. Fácil el tiempo ya, fácil la muerte, fácil y rigurosa y verdadera toda intención de amor que nos habita y toda soledad que nos perpetra. Aquí está todo, aquí. Y el corazón aprende —alegría y dolor— toda presencia; el corazón constante, equilibrado y bueno, se vacía y se llena. Uno es el hombre que anda por la tierra y descubre la luz y dice: es buena, la realiza en los ojos y la entrega a la rama del árbol, al río, a la ciudad al sueño, a la esperanza y a la espera. Uno es ese destino que penetra la piel de Dios a veces, y se confunde en todo y se dispersa. Uno es el agua de la sed que tiene, el silencio que calla nuestra lengua, el pan, la sal, y la amorosa urgencia de aire movido en cada célula. Uno es el hombre —lo han llamado hombre— que lo ve todo abierto, y calla, y entra. De: Otro recuento de poemas (Jaime Sabines) |
miércoles, 26 de marzo de 2014
Cuarto año: "Uno es el hombre" Jaime Sabines
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